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Feminismo e Igualdad

Un bebé recibe, inopinadamente, la capacidad de juzgarlo todo como un científico, y un científico sólo es verdaderamente tal si alcanza, en su manera de ver las cosas, tal nivel del progreso (el tercero), en que examina como un bebé sus objetos de investigación. Cuanto más pequeños son los niños, menos deducciones hacen, porque tienen menos ideas generales a partir de las cuales poder hacer uso del razonamiento deductivo, y se ven por ello más limitados a examinar de un modo directo cuanto perciben, que es algo que normalmente se va perdiendo conforme se crece, y que puede más tarde recuperarse si mediante esfuerzos se logra ascender al tercer nivel de progreso, como en ese aspecto lo hace un científico, cuando en verdad lo es.

La adquisición de conocimientos y el uso del método deductivo no son, por supuesto, en sí mismos retrocesos; son muy útiles como guías probabilísticas hacia la verdad; pero solamente la examinación y la experimentación, es decir, el conocimiento a posteriori de las cosas, pueden confirmar las hipótesis (aunque ninguna confirmación es perfecta tampoco nunca). En cambio, en el individuo medio es en extremo común el error de hacer deducciones que considera verdades seguras, a partir del error de hacer generalizaciones que toma por perfectas.

Durante el primer nivel de progreso, al mismo tiempo, la inocencia de los niños pequeños normalmente es tal, que si se encuentran ante personas de distintos grupos étnicos y niveles económicos, no hacen ninguna distinción entre ellas que las favorezca o desfavorezca por consideración de su origen étnico o nivel económico; sólo suelen hacer tales distinciones en respuesta a cualidades, actitudes o tratos, como, por ejemplo, la jovialidad, el cariño o la agresión. Esto se debe principalmente a que a tan temprana edad todavía no son capaces de entender lo que es cada cual, y reaccionan solamente de acuerdo con cómo los perciben. Toman solamente en cuenta el cómo es la gente, y desestiman por completo el qué es cada cual.

Y esto es exactamente lo que hacen también normalmente las personas que han alcanzado en este aspecto el tercer nivel de progreso, si bien no porque no sean capaces de saber qué es cada persona, sino solamente porque han alcanzado el conocimiento de que tales etiquetas son en demasiados casos muy falsas, o en la mayoría de los mejores casos imprecisas en exceso, y de que una forma mucho más certera de juzgar a las personas consiste en percibir directamente cómo son.

Mientras tanto, la mayoría de las personas, que se encuentra en el segundo nivel de progreso, hace precisamente de ordinario lo contrario: juzga a las personas simplemente sobre la endeble base de lo que son: qué puesto desempeñan en una empresa o asociación, u oficina gubernamental, o qué título académico o nobiliario ostentan, o cuál es su nivel o rating de popularidad, etc.

“Desde el momento en que un pequeño niño se preocupa por cuál es un arrendajo y cuál es un gorrión, ya no puede ver las aves ni oírlas cantar.”
Eric Berne

Si te acercas a un bebé y le dices que eres el cantante más famoso del mundo o Miss Universo, reaccionará exactamente como si no le hubieras dicho nada de eso, y te sonreirá, llorará o te será indiferente, por ejemplo, solamente dependiendo del tono y los gestos con que le hayas dicho eso o de algunos otros rasgos que directamente de ti perciba. Y esa es una de las formas más sabias de juzgar a cualquier persona.

Los anteriores son otros ejemplos en que la ignorancia de los niños en cierto modo los favorece notablemente, y de que después, si —trabajosamente— se alcanza el tercer nivel de progreso, se puede llegar a recuperar esa forma “ignorante” (libre de malas influencias de lo aprendido) tan útil de proceder al juzgar.

En relación con el tema de la ignorancia recibida y la justicia, en el siguiente artículo encontramos lo siguiente:

Experimento con títeres revela que nacimos para ser justos”    http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/09/120831_humanos_justos_experimento.shtml

“Parece un juego de una feria de diversiones: una niña y un títere están jugando a pescar unos cubos miniatura llenos de moneditas. No obstante, se trata de un experimento psicológico.

Su meta es medir un concepto humano muy complejo: la justicia.

El juego es así: el títere (con la ayuda de un titiritero adulto) y el participante de tres años de edad acumulan los pequeños cubos. Luego, el equipo niña/títere recibe premios, uno por cada moneda que recolectaron.

Es entonces cuando el niño debe decidir cómo compartir su premio con su socio, el títere.

Este simple juego reveló que, a la edad de tres años, los niños escogen premiar a sus pares de acuerdo al mérito.

Los niños le dieron a los títeres más premios si se habían “esforzado más” en recolectar monedas.”

“”Lo único que podemos hacer es descartar posibilidades con nuestros experimentos”, explica. “Podemos descartar que requiere de educación formal o un razonamiento sofisticado sobre incentivos”.

“(La justicia) es algo que emerge en las más tempranas actividades de los niños con sus pares”, señala su colega, Kanngiesser, y asegura que “hay una predisposición natural en los humanos” a tratar a los otros justamente.

“Parece ser intuitivo”, dice la experta. “Hay gente que ha observado que incluso a los 18 meses de edad, los niños tienen expectativas respecto a cómo se deben compartir las cosas de una manera justa”.

Y hay razones lógicas y humanas para que exista una tendencia hacia la equidad, dado que es indispensable para mantener relaciones estables, señala la especialista en conducta social en primates Susanne Shultz, de la Universidad de Manchester, Inglaterra.”

Sin embargo, esa equidad inicial es algo que en muchos casos se va perdiendo, y ello se hace notar, por ejemplo, en racismo, sexismo, especismo y otras muchas discriminaciones prejuiciosamente injustas. Como es sabido, hay movimientos que se esfuerzan en revertir muchos de esos problemas que afectan a las mujeres o al género femenino: el feminismo.

Aunque ha habido grandes avances en la igualdad de derechos en estos aspectos, todavía en los hechos existen enormes desigualdades en la mayoría de los países. Estas desigualdades han sido y son promovidas e impuestas por prejuicios de muchos hombres directamente, y también de manera indirecta a través de su influencia sobre las mujeres, inculcándoles sus prejuicios e imbuyéndoles el temor al rechazo de la sociedad si llegaran a actuar liberadas de tales injustas limitaciones.

Un reflejo de ello es que en el Urban Dictionary la definición más aceptada de la palabra “slut” (“puta”, en español) es “a woman with the morals of a man” (en español: una mujer con la moral de un hombre), en referencia irónica al hecho de que cultural y socialmente todavía se acostumbra considerar y calificar de manera denigrativa a cualquier mujer que osa comportarse con la misma libertad que un hombre en el campo moral.

http://www.urbandictionary.com/define.php?term=slut

Si bien es cierto que ese error sociocultural constituye una carga coercitiva contra ese derecho de las mujeres, no es justificable que las mujeres continúen subordinando sus acciones al qué dirá la gente muy atrasada cada vez surge la ocasión de conducirse con los mismos derechos y responsabilidades que un hombre liberal, porque una justificación como esa sólo serviría para perpetuar ese mismo estado de atraso sociocultural. Los hombres más progresistas suelen hacer todo lo que está a su alcance para promover y contrarrestar esa desigualdad; pero las mujeres también tienen la responsabilidad de hacer su parte en esa empresa, si se quiere vivir, en cualquier aspecto, una vida mejor.

Por ello, para cualquier persona que ha alcanzado en este aspecto un tercer nivel de progreso, normalmente es inadmisible la desigualdad que implican hechos tan comunes, incluso en los países más avanzados, como el de que las mujeres asuman una actitud relativamente pasiva en sus relaciones con los hombres. Todavía en este aspecto el progreso es tan magro en general, que lo normal es que en la etapa inicial de las relaciones con personas del sexo puesto y con pretensiones de llegar a algo más que amistad, las mujeres se limiten a sólo tratar de incitar, mediante coquetería, a los hombres a que tomen la iniciativa en casi cada paso que se da en ese acercamiento.

La resistencia de muchas mujeres a asumir un papel parejamente activo en ello, deduciblemente en parte por temor a que se les juzgue como disolutas, llega a ser tal, que en muchos casos llegan a realizar un número tan elevado de variadas formas de coquetería, es decir, de acciones orientadas a incitar —en quien pretenden— dicha actitud más activa, y a través de un tiempo tan largo, que el resultado llega en muchos casos, además de a ser por completo infructuoso, a implicar esfuerzos y pérdidas de tiempo mucho más costosas que lo que inicialmente hubiera costado el atreverse a actuar de manera igualitaria en esas relaciones. Esta es una de esas múltiples formas que hay en que una actitud cobarde, tiene consecuencias mucho más costosas que lo que inicialmente estaba tratándose de evitar.

Hay muchas mujeres que en su temeroso y pesimista afán de evitarse la humillación que supuestamente implicaría un revés o un desaire al asumir una actitud igualitariamente activa, realizan una serie tan larga y tan inútil de acciones de cobarde coquetería, que terminan en condiciones mucho más humillantes para sí mismas y otras personas que lo humillantes que para ellas mismas hubiera sido el atreverse a actuar con igualdad sin que las cosas salieran como se deseaba. Sin embargo, a los ojos de cualquier persona que ha alcanzado el tercer nivel de progreso, el atreverse a actuar con la justa igualdad y no lograr lo pretendido no es en realidad nunca humillante en modo alguno, sino incluso algo admirable, y más aún si quien realiza el intento es una mujer, tomando en cuenta que contra la libertad de ellas se ejerce una presión social mayor que contra la del hombre.

Ante un hombre que ha alcanzado un tercer nivel de progreso en sus relaciones de pareja con el sexo opuesto, es casi seguro que una mujer que actúa sin equidad en los detalles obtendrá sólo indiferencia, y que otra que sí muestra esa equidad producirá en él una admiración e incluso amor y deseo tan elevados, que las probabilidades de un buen desenlace serán muy altas o, si en otros aspectos hay también intensa atracción, ese buen éxito será seguro. Por otra parte, las mujeres que proceden de ese modo justamente audaz son tan escasas, incluso en los países más desarrollados, que suelen cuando menos dejar una huella imborrable en la vida de los hombres que, por haber alcanzado dicho nivel de progreso, valoran en muy alto grado esa justa igualdad en las relaciones.

“Whoever is careless with the truth in small matters cannot be trusted with important matters.”
Albert Einstein

(En español: Para asuntos importantes, no puede confiarse en quien es descuidado/a con la verdad en los detalles.)

Concretamente, por ejemplo, cuando menos en las relaciones de pareja o que incluyen pretensiones de llegarlo a ser posiblemente, ninguna mujer debe esperar, escudándose en el hecho de que es mujer, que un hombre que ha alcanzado un tercer nivel de progreso, la busque más de una vez sin que ella lo haya buscado a él también de forma equivalente; porque cualquier mujer que es así, a efectos de considerarla —siquiera lejanamente— como una posible pareja, por lo general no tiene ninguna importancia especial para cualquier hombre de ese grado de progreso, por más elevados que sean el número y/o la magnitud de las virtudes y cualesquiera otras bondades de las que ella se considere —incluso realistamente— poseedora.

(Por supuesto, lo anterior de ningún modo significa que el hecho de que cualquier mujer que por educación o por cualquier otra razón corresponde con igualdad a cualquier tipo de requerimiento de un hombre, debe ser interpretado como que ella está deseando tener con él una relación que vaya más allá de la simple amistad, o de los negocios, o de cualquier otra índole ajena completamente a una relación de pareja.)

Aunque ese trato igualitario en cualquier caso es indispensable para el progreso, su necesidad es aún mayor en cualesquiera otras circunstancias en que puede haber alguna duda respecto a lo que sucede o, más específicamente, en cuanto a las condiciones en las que un mayor acercamiento está tratando de realizarse; como, por ejemplo, puede hacer inequívocas alusiones que no lo son suficientemente, o puede automáticamente aclarar que lo que puede parecer una simulación de verdadera relación con otra persona, es en realidad una sincera relación que en su apariencia se asemeja a una simulación solamente por involuntario resultado, por ejemplo, de que la persona en cuestión ha tratado de mostrarse no muy cerca de su pareja con el propósito de dejar entrever a la persona pretendida su disponibilidad a acercarse más a ella en ese aspecto.

Libertad, Sinceridad y Progreso

Uno de los rasgos más notables de los niños más pequeños, por ejemplo los bebés, es la completa sinceridad con que se relacionan con los demás.

Cuando se asciende al segundo nivel de progreso, el mentir, simular y participar en ciertos juegos psicológicos en las relaciones interpersonales se vuelve normal, en contraste con lo que es natural en la más tierna infancia.

Una de las formas de sencillez que se gana al ascender al tercer nivel de progreso, en las relaciones humanas radica precisamente en la ausencia de complicaciones derivada de no incurrir en mentiras ni simulaciones ni determinados juegos, es decir, dimanante de la franqueza y la sinceridad tan poco habituales en los adultos como naturales en los niños más pequeños.

En las relaciones interpersonales, sobre todo en las tendientes u orientadas a iniciar un vínculo más íntimo que la amistad, es en México tan común como por sumisión a una ley de infracción fatal, que cuando una mujer se siente desairada por un hombre ella reaccione con ciertas simulaciones que tienen por objeto en lo esencial hacer creer a ese hombre, y a cualquier otra persona que no esté del todo enterada de la realidad de esa relación, que en realidad ella nunca siquiera intentó iniciar, ni tuvo ningún interés en ello, esa fallida relación y, en muchos casos, que incluso está y ha estado siempre muy lejos de ello por ser de un tipo de persona muy distinta. La preocupación de las personas, sobre todo de las mujeres, en México en este sentido llega hasta el grado de ser en extremo común también que las mujeres desde un tiempo anterior a sus intentos, por lo general relativamente pasivos debido al conservadurismo aquí imperante, por previsión de un posible fracaso, toman precauciones igualmente timoratas e injustamente ventajosas como las de tender bajo sí a modo de malla de seguridad dicho mismo tipo de simulaciones, por anticipado. Muchas de ellas, comienzan simulando que tienen pareja sin tenerla, con la ayuda a veces de un amigo (en algunos casos un homosexual encubierto y que a simple vista no lo parece) que se presta a hacerle ese favor; otras veces engañando a algún pretendiente para simular (sólo ella) que está iniciando o tiene ya una relación con él.

Las probabilidades de que una persona monte tales simulaciones, son mayores en la medida en que considera que son pocas las probabilidades de tener éxito en el intento de iniciar esa relación, y en la medida en que teme el estigma social normalmente imperante y subyugante en los países más atrasados, es decir, en los menos individualistas, consistente en que cualquier persona que permanece sola, sin amigos o pocos amigos o sin pareja, tiene un serio problema social e incluso psicológico.

Los problemas considerables que ordinariamente se desprenden de simulaciones como esas, al igual que de muchos otros tipos de simulaciones, son muy obvios para quienquiera que tiene la veracidad y la sencillez de lo práctico en alta estima, esto es, para cualquiera de la minoría que en estos aspectos ha alcanzado el tercer nivel de progreso.

Casi cualquier persona adulta no muy ignorante ha llegado a saber de algún modo que las mentiras y simulaciones conducen casi siempre, por no decir que siempre, a complicaciones, y un número menor de esas personas sabe además que esas complicaciones son en cierto modo innecesarias, por no mencionar lo ridículas e injustas que en no pocos casos resultan. Sin embargo, en vista de la presión social que sobre cada individuo suele ejercer dicha estigmatización de la soledad en los países más atrasados, muchas personas consideran forzoso caer en semejantes complicaciones con la pretensión de evitar esa más temida posible etiqueta de fracasado(a) o hasta psicológicamente enfermo que el qué dirán está siempre presto a colgarles.

Esas complicaciones incluyen que en muchos casos la otra persona, cometiendo el mismo error que quien inició el montaje de esas escenas, pretenda resolver esa situación desventajosa en que a los ojos de cualquier otra persona semienterada a ese respecto se encuentra, armando también por su cuenta su propia obra de teatro en el mismo sentido, a fin de emparejarse en las condiciones, en la misma pesimista perspectiva de un fracaso en esa relación.

Las personas que en estos aspectos han alcanzado un tercer nivel de progreso, normalmente ven con indiferencia ese injustamente ventajoso intento de la otra parte, en parte debido a la desigualdad que esa otra parte trata de imponer a alguien que no tiene interés en caer en simulaciones de ese tipo, por causa, como antes dije, de su alto aprecio por la verdad y la falta de complicaciones propia de la naturalidad y espontaneidad en lo que se hace y dice, y por una independencia en sus acciones, nacida de su conciencia de que la verdad no depende necesariamente de lo que la mayoría de los demás suponen, sobre todo en los contextos sociales más atrasados, sino de la estricta sujeción a las reglas del sensato razonar, o del razonamiento científico, cuando en ello se es aún más riguroso y se está, como efecto, normalmente más próximo a lo verdadero y justo.

Por más que una persona de progreso de tercer nivel conceda muy poca importancia al qué dirán, lo que en estos casos importa es que ceder a tales condiciones implicaría aceptar un trato por desigualdad injusto, y reafirmar con ello posteriores tratos igualmente injustos o peores.

Las personas que sujetas a tales temores pretenden acercarse de esos modos a cualquier persona que en tales aspectos ha alcanzado un tercer nivel de progreso, normalmente se topan, de manera inexplicable para ellas, con el autocumplimiento de su misma pesimista profecía: el fracaso, consistente en absoluta indiferencia de quien se pretende, o, en el mejor de los casos, un interés casi nulo o muy insuficiente; porque es como si esas personas dijeran: como puedes ver, yo soy mentiroso(a) y ya tengo mi farsa montada; ahora tú sé también mentirosa(o) y monta la tuya si quieres, o atente a las posibles consecuencias, en las que sólo tú podrás quedar como perdedor(a)… si no eres también mentirosa(o). ¡Curiosa condición invitadora a contagiarse de ese atraso! Y por si es necesario aclararlo, repito que la normal renuencia en las personas de progreso de tercer nivel a participar en ese juego no se debe a padecer también dicho pesimismo, sino, principalmente, a la decepción a que conduce esa actitud insincera y ventajosa (la cual, además, en la mayoría de las experiencias resulta ser un hábito arraigado que se manifiesta de una multitud de formas y contra el que hay que lidiar a cada paso de la relación una vez iniciada).

(Cuando se actúa con demasiada cobardía por pesimista previsión de un desenlace desfavorable, por lo general se termina provocando ese mismo resultado adverso que se teme. Al respecto, recomiendo la lectura del artículo “Profecía autocumplida” en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Profec%C3%ADa_autocumplida y su versión en inglés, “Self-fulfilling prophecy“: http://en.wikipedia.org/wiki/Self-fulfilling_prophecy)

Al mismo tiempo, se da ese tipo de simulaciones también sin estar dirigidas a ninguna persona en particular, sino a los prejuicios de la sociedad en general, con tanta más frecuencia cuanto más se ha rebasado la edad casadera, que por lo común es tanto más temprana cuanto más pequeñas y atrasadas son las ciudades y los países en que suceden. Y a menudo también con afán, que en casos llega hasta el extremo de un matrimonio sin ningún otro objetivo, de evitar cualquier achacamiento de ser homosexual o de cualquier otra preferencia tildada comúnmente también como perversión.

Como resultado de múltiples experiencias en casos como esos, sé que los errores consistentes en montar farsas de esa índole suelen acompañarse de otros defectos considerables, de todos los cuales no hablaré aquí todavía, y normalmente constituyen la punta de un iceberg muy pesado de sobrellevar en cualquier relación; y por ello es razón de sobra para, con toda objetividad, prever con muy alto grado de probabilidad que iniciar una relación con una persona que procede de ese modo, sería una pérdida de esfuerzo y tiempo. Y, sin embargo, puesto que eso no implica una previsión de certeza absoluta, no hay nunca por qué excluir la posibilidad de que algo distinto y más prometedor ocurra cuando una persona parece haber enmendado un error como ese.

Ese tipo de simulaciones llegan también a ocurrir en países mucho más adelantados; pero mucho menos en la medida en que un país ha progresado.

También hay por supuesto juegos amorosos y sexuales que implican simulaciones que, por el contrario, contribuyen a hacer más placentero e incluso divertido, y hasta más fácil en ciertos casos, ese proceso de acercamiento, ya sea cuando ocurre por primera vez o de manera reiterada en relaciones de pareja ya consolidadas o de larga data, y que por ende coadyuvan al progreso de la relación, enriqueciéndola y rompiendo la monotonía, en la medida en que no resultan en complicaciones inoportunas ni desventajosas para ninguno de los miembros de la pareja, y cuando no suceden a remolque de presiones, externas o internas, típicas del atraso, sino por propia decisión con sana y justa motivación.

Se comienza en la vida jugando con toda inocencia y sin ningún afán de manipular abusivamente a nadie, como hacen los niños más pequeños en el primer nivel de progreso; después, normalmente se llega a un segundo nivel en el que menudean y abundan juegos de otro tipo que se han alejado muy considerablemente ya de esa inocencia y espontaneidad primordiales; y, en una minoría de casos, se asciende a un tercer nivel en el que se regresa a ese tipo inocente de juego que priva en los inicios de la vida, pero ya de manera lograda en lugar de meramente recibida.

En realidad, ninguna forma de juego en la que no hay tal sanamente lúdica condición de inocente diversión, es honesta ni conveniente para nadie, a menos que por juego se entienda también la honesta (si bien no en busca de diversión) experimentación que hasta cierto punto es preciso llevar a cabo en determinadas situaciones de la vida para llegar a un conocimiento más extenso o más profundo de esas situaciones y, principalmente, como fruto de ello, de las personas en ellas envueltas. De hecho, uno de los rasgos esenciales de la gente que ha alcanzado el tercer nivel de progreso en este aspecto de la vida, es precisamente esa cualidad inquisitiva y experimentalmente exploradora que le permite alcanzar niveles de conocimiento más elevados que los que en la mayoría de los individuos son lo normal. Por el contrario, una de las causas más comunes de fracasos en los matrimonios (y análogamente en muchas otras relaciones interpersonales, y de escalas superiores, como, por ejemplo, internacionales), es el escaso conocimiento que se tiene del otro miembro de la pareja cuando se ha llegado a esa unión, y esto se debe a la ingenuidad imperante en la mayoría de las personas consistente en conformarse con conocer nada más que lo que les permiten las circunstancias que la vida va deparando, sin tomarse el trabajo de idear, planear y poner en ejecución las nuevas experiencias que posibiliten el ascenso a un mucho más alto grado de conocimiento de la otra persona.

Si a este imprescindible tipo de experimentación social y psicológica puede llamársele un juego, habríamos de considerarla un tipo especial y aparte de juego, que se distingue del resto en no buscar más que un mayor conocimiento, de manera honesta y conducente hacia el progreso, por más que en determinadas circunstancias implique un proceso desagradable para quien o quienes participen de él no teniendo conciencia de esa calidad experimental (el camino hacia el progreso nunca es necesariamente agradable en todos los aspectos), o “lúdica” si así quiere llamársele, y que podemos llamar ludicognoscitiva.

Por ejemplo, es bien sabido que no se ha conocido verdaderamente a nadie mientras no se ha estado en una posición de debilidad frente a esa persona, y mientras por lo tanto no se ha conocido cómo esa persona reaccionaría en tales condiciones, si abusiva o respetuosamente.

Y ninguna persona debería tomar una decisión tan importante en la vida, como, por ejemplo, la de casarse, sin antes haber estado, ya sea por azar de la vida o por inducción, o simulación, deliberada de uno mismo, en esa crítica condición que es concluyente prueba de la sensibilidad y calidad moral de las personas.

Liberalidad y Progreso

En los primeros años de vida, en el primer nivel de progreso, los niños normalmente pasan por un estado de libertad sexual recibida, que, por ejemplo, al pasearse sin pudor desnudos por la calle si se les da la oportunidad, se parece mucho a la liberalidad sexual lograda de los adultos que se pasean desnudos por una playa pública, en un tercer nivel de progreso.

La liberalidad sexual y económica son unos de los principales distintivos del progreso, porque son causas y a la vez efectos del progreso.

La gente tiende a ser más cautelosa y menos atrevida cuando se siente menos segura, como resultado normalmente de situaciones de malestar que le producen esa sensación de inseguridad psicológica; y ese menor atrevimiento en sus maneras de proceder desemboca normalmente en menores oportunidades de lograr cosas, de progresar, puesto que el progreso depende en gran medida de la cantidad y el tamaño de los riesgos que se corren en los intentos de conseguirlo. Y ese menor progreso, a su vez, en el mejor de los casos produce un menor aumento de bienestar y seguridad, o un estancamiento en ello, o, en el peor de los casos, un aumento de malestar y de inseguridad, que a su vez habilitan menos a las personas para conseguir mayores logros. Y así, en muchos casos, continúa este círculo vicioso, de malestar → inseguridad → menor atrevimiento → menores oportunidades de logro → menor progreso → más malestar → etcétera, perpetuamente o hasta que ese círculo se rompe… mediante el hacer lo contrario de lo que normalmente se espera en esos casos que se haga. Lo normalmente esperable es que alguien que se siente inseguro y está ante la opción de limitarse a poner un negocio que ya conoce bien pero que sabe que es escasamente lucrativo y la opción de arriesgarse a poner un negocio que no conoce bien y del que se dice que puede ser o no ser más lucrativo, elija la primera opción, porque tomando en cuenta su estado actual sería tal vez lo que le afectaría menos si fracasara. Sin embargo, esa es una actitud pesimista que es la base de la perpetuación del círculo vicioso en que se encuentra.

Puesto que un requisito indispensable para el progreso consistente en este caso en liberarse de ese círculo vicioso, como de cualquier otra continuación de ciclos adversos, es el optimismo que permite tomar una decisión tan aparentemente absurda como esa, esa actitud puede tomarse como guía para probar a hacer un progreso notable trocando en círculo virtuoso dicha situación adversa. Aunque ese intento no conducirá necesariamente al éxito en cualquier caso, es solamente mediante intentos como estos como puede conseguirse ese notable salto hacia adelante.

El progreso, por su parte, produce en las personas bienestar y seguridad en diversos aspectos, que a su vez normalmente dan lugar a una sensación de seguridad y a una mayor disposición a correr riesgos que en la práctica con frecuencia resulta en mayores progresos, que a su vez incrementan más dichos bienestar, seguridad, atrevimiento y progreso, y así sucesiva y crecientemente, a menos que ese círculo virtuoso se detenga, por conformismo o por alguna influencia externa por ejemplo.

Progreso → Bienestar → Seguridad → Atrevimiento → Progreso → Bienestar → etc.

Muchas personas adoptan una actitud relativamente liberal en algunos aspectos, por ejemplo el económico, y a la vez otra actitud eminentemente conservadora en otros aspectos, como, por ejemplo, el sexual, o a la inversa. Sin embargo, una actitud en un sentido en un aspecto tiende a influir en la actitud en el mismo sentido en otros aspectos, dentro de una misma persona o colectividad, es decir, las personas, por ejemplo, que son sexualmente más liberales tienden a serlo también en el lado económico, y viceversa. Y el tener una actitud conservadora en un aspecto y una liberal en otro aspecto de la vida, tiende a contrarrestar los efectos de una y otra actitud. En otras palabras, una actitud conservadora en un aspecto de la vida tiende a funcionar como un lastre en la eficacia de la liberalidad de otros aspectos.

Una sistemática adopción de actitudes más liberales en todos los aspectos de la vida, tiende a producir un resultado en el que la eficacia hacia el progreso de cada uno de los aspectos se ve propiciada y facilitada por todos los demás aspectos. Cuando, por ejemplo, una persona no ve inconveniente y se siente cómoda e incluso disfruta en acciones relativamente liberales en lo sexual, como usar un traje de baño atrevido en una playa pública o probar experiencias sexuales que le son nuevas, más probablemente tampoco encontrará ningún inconveniente y va a sentir incluso agrado en la asunción de riesgos en lo económico, como invertir en algo en lo que no ha invertido nunca.

Para ser capaz de la adopción de una actitud más propicia al progreso, esto es, de una actitud más liberal, es preciso tomar conciencia de que los puntos de vista conservadores que suelen rechazar la liberalidad como inmoral o degeneración, no son más que deformaciones del juicio originadas por el malestar en que esas personas se encuentran. Esta correspondencia entre sensación de bienestar y juicio atrevido o liberal y entre sensación de malestar y juicio cobarde o conservador, se hace muy notoria en las personas que padecen episodios bipolares, en los que se alternan la depresión acompañada de pronunciada inapetencia en lo sexual y la euforia (o sensación de extremo bienestar) acompañada de inusitada liberalidad o atrevimiento sexual.

Es preciso tener presente que para conseguir un mayor progreso es necesario ser más atrevido, a veces pese a no sentir para ello bastante seguridad, y que una vez alcanzado ese mayor progreso habrá una sensación de seguridad que contribuirá a sentirse en más disposición a asumir mayores riesgos y alcanzar mayores logros, y así sucesivamente. Pero el no haber alcanzado todavía una cierta sensación de bienestar, no es nunca necesariamente un impedimento para atreverse a asumir los riesgos que al progreso son precisos.

Si hubiera que alcanzarse primeramente un cierto grado de bienestar y seguridad para poder progresar, la vida nunca habría evolucionado: si así se hubiera originado se habría extinguido inmediatamente después como consecuencia de esa falta de recursos para continuar con su progreso.

Lo que las personas hacen es en gran medida un resultado de lo que piensan, y lo que piensan es en gran manera un producto de cómo se sienten, y el cómo se sienten es a su vez en gran parte un derivado de lo que hacen.

Si analizamos las características del progreso de la Humanidad y de otras colectividades y los individuos, encontramos, como antes ya mencioné, una serie de constantes: una de ellas es el progresivo aumento de la liberalidad. Conforme el mundo ha venido progresando se ha venido al mismo tiempo convirtiendo en más liberal, y —porque esto constituye un círculo virtuoso— viceversa: conforme el mundo ha venido ganando en liberalidad ha venido progresando más, en todos los aspectos. Y esto es muy evidente en los aspectos económico y sexual.

Mucha gente no acierta a entender cuál es la conexión causal entre progreso y liberalidad, y es en parte por ello que una gran proporción de ella la mira con desprecio o desconfianza, o la acoge demasiado precavidamente, o la abraza con inhibición.

Todo lo que existe es a la vez una cosa en alguna medida y lo contrario de esa cosa en alguna medida; es decir, en cada ser vivo y cosa en que existe un contrario existe el otro contrario a la vez; y lo que hace, por ejemplo, a una persona distinguible como justa, o veraz, o liberal o en cualquier otro sentido, es solamente la predominancia en ella de estas cualidades.

Nada en el Universo es una cosa u otra perfectamente, es decir, de una manera perfectamente pura, perfectamente excluyente de lo que es contrario de ella. La pureza perfecta (en síntesis: cualquier forma de perfección) no existe en la realidad; sólo en cierto modo en la ficción, y ese es un modo muy imperfecto también, porque tan pronto como pedimos a uno de los defensores de la creencia de la existencia de lo perfecto que explique en detalle cómo sería esa perfección, esa persona se encuentra en insalvables reducciones al absurdo o con multitud de otros defectos graves de razonamiento. Este es un tema del que podríamos hablar en extenso y en detalle y llegar en cualquier caso, sin excepción ninguna, a confirmar esa imperfección; pero por ahora sólo voy a aludir a cuatro frases en una famosa canción de John Lennon, Imagine, que dicen “Imagina que no hay países. No es difícil de hacer”, “Imagina que no hay posesiones. Me pregunto si puedes”. Realmente es posible imaginarlo e incluso sin dificultad, si no se hace rigurosamente a fondo y con detalle, es decir, de tal modo que lo imaginado fuera totalmente funcional en la realidad. Pero cuando esas y muchas otras ideas vagamente implicativas de perfección son imaginadas con suficiente rigurosidad de detalles y profundidad, el resultado es muy otro. De hecho, toda perfección que se imagina relacionada con la realidad es siempre más o menos vaga, hasta en la más perfectamente (implicativa de algún grado de perfección) rigurosa, profunda y detallada imaginación.

Más adelante (cuando haya publicado muchos otros resultados de mis investigaciones sobre el atraso y el progreso) publicaré con suficiente grado de rigor, detalle y profundidad cómo sería el mundo si no existieran países ni posesiones, y cómo sería en otros casos que muchos suponen factibles o por el contrario irrealizables, con la conclusión de que, por ejemplo, el mundo no podría existir en la realidad sin países ni posesiones y que en la fantasía sólo podría existir de manera incompleta y vaga, a menos que conceptos como país y posesión cambiaran tanto en el futuro que fueran algo esencialmente distinto de lo que en el presente son.

Es innegable, sin embargo, la belleza de dicha canción cuando nos gusta la fantasía. Pero, ya que estamos hablando de uno de los exmiembros de los Beatles, es justo mencionar también que es incomparablemente más realista, y por lo tanto también más bella, la pretensión y el activismo de Paul McCartney en la defensa de los derechos de los animales, porque, con base en el rumbo que el progreso ha tomado a través de la historia de la Humanidad, es muy realistamente previsible que aunque nunca habrá un mundo en el que el respeto de los derechos de los animales sea perfecto, este respeto sí continuará creciendo hasta alcanzar grados tan elevados e incluso mayores que los que hasta ahora ha alcanzado el respeto entre los mismos seres humanos.

Toda persona conservadora es al mismo tiempo en parte liberal, aunque en menor medida en que es conservadora. Y lo inverso también es cierto.

Cada vez que una persona conservadora, al igual que cualquier liberal, asume un riesgo en el intento de lograr algo, está siendo liberal. Y la libertad que implica la asunción de riesgos es imprescindible para cualquier logro, tanto más cuanto mayor es el logro. La libertad es por esto una base de todo progreso. Y el nivel de progreso que se alcanza es directamente proporcional al grado de libertad con que se actúa.

Sin embargo, hay que tener presente que del mismo modo en que no todo individuo tiene progenie, pero sí ha tenido progenitor, no necesariamente un alto grado de libertad conduce a un alto nivel de progreso, pero todo nivel alto de progreso presupone un alto grado de libertad, de la misma forma en que toda progenie presupone progenitor. La libertad no siempre procrea progreso, pero el progreso siempre es hijo de la libertad. Puede haber libertad sin progreso, pero no puede haber progreso sin libertad.

La diferencia y correspondencia entre los grados de conservadurismo y liberalidad por un lado, y, respectivamente, por otro lado los grados de atraso y progreso en todos los aspectos, incluso el moral, son patentes no sólo a través de la historia de la Humanidad, sino también entre los países más atrasados y más avanzados dentro de cualquier tiempo dado en la historia, como, por ejemplo, de la actualidad.

A propósito del aspecto moral del progreso, es oportuno señalar que este es tal vez el aspecto importante que los países y las personas más atrasadas critican con más frecuencia e insistencia adjetivándolo como atraso que a la vez tildan de ser una consecuencia del en otros aspectos progreso de las personas y países más avanzados.

Esa es una de las muchas opiniones que en el atraso son contrarias a las perspectivas que normalmente se tienen en el progreso, y es muy probablemente esa la contrariedad de puntos de vista que en cierto modo más contribuye al mal entendimiento y la división entre cualesquiera partes, individuales o colectivas, con marcada diferencia en grados de atraso y progreso. Es la “degeneración” y “corrupción” moral en las costumbres de los más avanzados que los más atrasados tanto critican, hasta alcanzar en no pocos casos grados altos de fanatismo, y de odio y violencia por rechazo de ella y, en un círculo vicioso, también como una reacción a esa agresividad.

Antes de pasar a analizar, no por ahora con tanto detalle como es posible, en qué consisten en concreto esas diferencias entre unos y otros y por qué surgen, es oportuno aclarar que no es una cuestión de relatividad de puntos de vista en el sentido de que ambas partes tienen la razón, sino que, como se podrá vislumbrar luego de este análisis, sólo las partes que han alcanzado los niveles más altos de progreso son las que al respecto tienen razón, y las otras viven seriamente equivocadas y de ello es precisamente causa, y a la vez efecto, el atraso en que se encuentran, en un círculo vicioso que, sin embargo, siempre es posible romper y convertir en el círculo virtuoso en que se encuentran las partes de mayor progreso. Esto es así porque la razón es inherente al auténtico progreso.

Por supuesto, no trato con ello de significar que cualquier grado mayor de progreso de una parte en algún aspecto implica necesariamente que todo lo demás que hace o piensa esa parte implica un grado mayor de progreso también. De hecho, la ordinaria conciencia de que el progreso en algunos aspectos y el atraso en otros aspectos suelen coexistir dentro de cualquier persona y dentro de cualquier colectividad, es lo que permite ese generalizado prejuicio de que en los países económicamente más avanzados hay a la vez, como una consecuencia de ese avance, un retroceso en ciertos aspectos morales.

Hace años, en un programa de televisión de México, por ejemplo, vi algo que refleja claramente una importante diferencia que es típica entre las maneras de ver un aspecto moral por parte de gente de un país muy atrasado y otro muy adelantado. Era un grupo de personas debatiendo el tema del divorcio, la mayoría de las cuales era de México y sólo una de ellas de Estados Unidos. Las opiniones de los mexicanos giraban en torno a la idea de que en cualquier caso hay que tratar al máximo de evitar llegar al divorcio, mientras que la opinión de la estadounidense consistía esencialmente en que cuando en el matrimonio hay serios problemas que no logran remediarse hay que considerar el divorcio como una alternativa preferible. Esta opinión encontró muy encendida oposición entre los mexicanos allí presentes y que opinaron por teléfono desde sus casas, pretendiendo hacer ver a la estadounidense como una persona de actitud al respecto frívola, como engendro de la moral degenerada que en los países subdesarrollados, o emergentes, suele achacarse a los países desarrollados. En seguida, la muy enfática y acalorada reacción de un abogado, relativamente destacado dentro de México, pareció ser concluyente contra el punto de vista de la estadounidense, al decir que el divorcio era inadmisible sencillamente porque la familia constituye la célula básica de la sociedad, como literalmente a todos se nos ha enseñado en la escuela primaria en México.

Opiniones como esta al respecto son tan comunes en países como México, que no recuerdo haber escuchado de ningún mexicano nunca una opinión en lo esencial diferente en cuanto a la perspectiva de la participante de Estados Unidos, sino solamente la sencilla crítica de que la de ese país es una sociedad comparativamente en lo social y lo moral perdida, en parte por cuestiones como la más alta proporción de divorcios que allá supuestamente se registran. Este es uno de los ejemplos que con más frecuencia en este país y en muchos otros de progreso similar se citan al señalar ese pretenso retroceso social y moral en países desarrollados.

Estoy plenamente de acuerdo con la idea de la muy alta importancia de la familia en la sociedad, y muy obviamente (como se verá a continuación) la valoro mucho más que la gran mayoría de las personas no sólo de México, sino de cualquier otra parte del mundo, incluso de los países más desarrollados. Y sin ninguna duda valoro también mucho más que la gran mayoría de los seres humanos la necesidad del esfuerzo y esmero máximos en la conservación de un matrimonio y en evitar cualquier divorcio. Pero no a cualquier precio.

Lo que casi todos esos mexicanos que aluden a esa mayor proporción de divorcios achacada a los países como los Estados Unidos no parecen ver, es que al mismo tiempo en los países como México, en que presumiblemente la incidencia de divorcios es mucho menor, la proporción de fracasos matrimoniales es mucho mayor, y aunque esto no sería fácil de cuantificar si se hicieran encuestas de opinión para saber cuán feliz o infeliz es la gente casada en unos países y en otros, es relativamente fácil de notar con claridad en el estado en que las relaciones se encuentran en unos países y en otros. Las encuestas de opinión no tienen mucha relevancia en estos casos, porque una mujer, por ejemplo, puede ser feliz o creer serlo incluso cuando su esposo a diario o de vez en cuando la golpea y/o golpea a sus hijos. Y por más feliz que diga ser o realmente se crea o se sienta, eso obviamente no constituye un progreso social ni moral verdadero. En países como este hay lamentablemente una proporción tan alta de rotundos fracasos matrimoniales, que sólo puede explicarse por la ciega renuencia, en muchos casos basada en inflexibles creencias de índole religiosa, a introducir sustanciales cambios en la vida con el fin de superar situaciones en muchos casos de extremada humillación y en otros no pocos casos de violencia física y psicológica cotidianas y extremas, intramarital e intrafamiliarmente.

Sé muy bien que alguno que otro que pueda estar leyendo esto desde un país como México podrá sentirse de inmediato impelido a objetar que en países como los Estados Unidos ha habido muy sonados casos de seria violencia intramarital, intrafamiliar y de otros ámbitos sociales; pero hay que tomar en cuenta que cuanto más desarrollado está un país más sensible es su gente (por eso precisamente esos países han alcanzado ese mayor grado de progreso), y cuanto más sensible es la gente, más intenso es el rechazo que contra esos casos siente y mayor es su protesta contra ello, aunado con el hecho de que estos países normalmente disponen de mayor capacidad tecnológica de difusión de la información. Esto es causa de que cada vez que un hecho de violencia ocurre en un país como Estados Unidos la noticia da la vuelta al mundo, principalmente por la extrema reacción contra ello por parte de los mismos ciudadanos de esos países, mientras que en países como México suceden muchas cosas como esas y otras muchas peores sin que casi nadie se queje por ello y sin que por lo tanto llegue a saberse más allá que por algunas pocas personas. Mientras que aquí mucha gente muere o desaparece para siempre sin que ni sus más allegados lo sepan, en países como Estados Unidos se hace un escándalo internacional casi cada vez que algo como eso ocurre, e incluso cuando suceden cosas como algún abuso contra un animal y el castigo ejemplar que se impone al agresor o victimario.

En cuanto al matrimonio, aunque por supuesto es preferible casarse una sola vez y llevar una unión sanamente feliz en lugar del divorcio, al mismo tiempo es preferible, por mucho, casarse y divorciarse si es necesario diez veces en la vida a vivir toda la vida en un infierno de violencia intrafamiliar.

El atraso social y moral en los países subdesarrollados o emergentes es muy notorio en el acusado menor respeto de los derechos de las mujeres y en la menor libertad de que de hecho sufren y gozan respectivamente, y ello incide muy desfavorablemente en el estado de progreso social y moral de cualquier matrimonio en que cualquiera de los miembros padece ese serio atraso. Y al aludir a los hombres no me refiero a un atraso consistente en la falta de respeto de sus propios derechos ni a su falta de libertad con respecto a las mujeres, sino a su en estos países normal machismo que influye de manera determinante en dichas limitaciones en las mujeres, y por consiguiente en el fracaso matrimonial, además de otras influencias más directas.

Si una persona se casa y se divorcia diez veces en la vida, es muy probable (pero no seguro) que haya procedido con menos cuidado que las personas que se divorcian dos o tres veces, y, sin embargo, incluso en un caso como ese esa vida, incluso cuando no alcanza una felicidad sana, implica una mayor inteligencia que otra en la que en el matrimonio tampoco se alcanza tal felicidad y no se ha realizado ningún divorcio, porque la primera persona al menos se ha dado la oportunidad de probar nuevas opciones y ello en alguna medida le ha dado probabilidades de encontrar una vida mejor, tal vez no por haber aprendido algo de sus reveses, sino por mero azar que lo favorezca, mientras que la segunda muy probablemente no tendrá nunca de ese manera ninguna oportunidad de encontrar, ni siquiera por mera suerte, una vida mejor.

En todos los casos en que se tiene una capacidad muy limitada para aprender de los fracasos o, por cualquier causa o circunstancia, no se sabe cuál camino elegir, es siempre más inteligente probar otros caminos al azar que seguir por el mismo camino, porque el continuar por la misma ruta con base en que otra puede ser aún peor, o sólo porque puede no ser mejor, implica un pesimismo o falta de optimismo que no es recomendable nunca, por ser contrario a la actitud que es probadamente típica de la gente que consigue los progresos más salientes.

En muchos de los países más desarrollados los divorcios son más frecuentes que en otros menos desarrollados no porque la gente sea allí más imprudente al decidir casarse, sino porque está más dispuesta al cambio cuando las cosas salen demasiado mal. Y aquí es preciso tomar en cuenta que, debido al mayor progreso y sensibilidad en esos países, donde la mayoría de la gente es más exigente en los detalles (de otro modo no habrían progresado más que los demás) el concepto allí usual de “demasiado mal” suele ser mucho más riguroso que el de la gente de los países relativamente menos avanzados; y no debido a una obstinada intolerancia, sino por lo general a la mayor ambición de sanos bienestar y felicidad, esto es, a la inconformidad conducente al progreso en todos los aspectos que de la gente de esos países es típica, y que es precisamente causa de ese progreso.

La renuencia al cambio cuando es necesario, es una de las cualidades más distintivas del atraso, así como a efectos de ascender en el progreso es esencial una actitud abierta al cambio y a la experimentación. No todo cambio conduce al progreso, pero todo progreso procede de cambios. Existen cambios sin progreso resultante, pero no existe progreso sin cambios previos.