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Feminismo e Igualdad

Un bebé recibe, inopinadamente, la capacidad de juzgarlo todo como un científico, y un científico sólo es verdaderamente tal si alcanza, en su manera de ver las cosas, tal nivel del progreso (el tercero), en que examina como un bebé sus objetos de investigación. Cuanto más pequeños son los niños, menos deducciones hacen, porque tienen menos ideas generales a partir de las cuales poder hacer uso del razonamiento deductivo, y se ven por ello más limitados a examinar de un modo directo cuanto perciben, que es algo que normalmente se va perdiendo conforme se crece, y que puede más tarde recuperarse si mediante esfuerzos se logra ascender al tercer nivel de progreso, como en ese aspecto lo hace un científico, cuando en verdad lo es.

La adquisición de conocimientos y el uso del método deductivo no son, por supuesto, en sí mismos retrocesos; son muy útiles como guías probabilísticas hacia la verdad; pero solamente la examinación y la experimentación, es decir, el conocimiento a posteriori de las cosas, pueden confirmar las hipótesis (aunque ninguna confirmación es perfecta tampoco nunca). En cambio, en el individuo medio es en extremo común el error de hacer deducciones que considera verdades seguras, a partir del error de hacer generalizaciones que toma por perfectas.

Durante el primer nivel de progreso, al mismo tiempo, la inocencia de los niños pequeños normalmente es tal, que si se encuentran ante personas de distintos grupos étnicos y niveles económicos, no hacen ninguna distinción entre ellas que las favorezca o desfavorezca por consideración de su origen étnico o nivel económico; sólo suelen hacer tales distinciones en respuesta a cualidades, actitudes o tratos, como, por ejemplo, la jovialidad, el cariño o la agresión. Esto se debe principalmente a que a tan temprana edad todavía no son capaces de entender lo que es cada cual, y reaccionan solamente de acuerdo con cómo los perciben. Toman solamente en cuenta el cómo es la gente, y desestiman por completo el qué es cada cual.

Y esto es exactamente lo que hacen también normalmente las personas que han alcanzado en este aspecto el tercer nivel de progreso, si bien no porque no sean capaces de saber qué es cada persona, sino solamente porque han alcanzado el conocimiento de que tales etiquetas son en demasiados casos muy falsas, o en la mayoría de los mejores casos imprecisas en exceso, y de que una forma mucho más certera de juzgar a las personas consiste en percibir directamente cómo son.

Mientras tanto, la mayoría de las personas, que se encuentra en el segundo nivel de progreso, hace precisamente de ordinario lo contrario: juzga a las personas simplemente sobre la endeble base de lo que son: qué puesto desempeñan en una empresa o asociación, u oficina gubernamental, o qué título académico o nobiliario ostentan, o cuál es su nivel o rating de popularidad, etc.

“Desde el momento en que un pequeño niño se preocupa por cuál es un arrendajo y cuál es un gorrión, ya no puede ver las aves ni oírlas cantar.”
Eric Berne

Si te acercas a un bebé y le dices que eres el cantante más famoso del mundo o Miss Universo, reaccionará exactamente como si no le hubieras dicho nada de eso, y te sonreirá, llorará o te será indiferente, por ejemplo, solamente dependiendo del tono y los gestos con que le hayas dicho eso o de algunos otros rasgos que directamente de ti perciba. Y esa es una de las formas más sabias de juzgar a cualquier persona.

Los anteriores son otros ejemplos en que la ignorancia de los niños en cierto modo los favorece notablemente, y de que después, si —trabajosamente— se alcanza el tercer nivel de progreso, se puede llegar a recuperar esa forma “ignorante” (libre de malas influencias de lo aprendido) tan útil de proceder al juzgar.

En relación con el tema de la ignorancia recibida y la justicia, en el siguiente artículo encontramos lo siguiente:

Experimento con títeres revela que nacimos para ser justos”    http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/09/120831_humanos_justos_experimento.shtml

“Parece un juego de una feria de diversiones: una niña y un títere están jugando a pescar unos cubos miniatura llenos de moneditas. No obstante, se trata de un experimento psicológico.

Su meta es medir un concepto humano muy complejo: la justicia.

El juego es así: el títere (con la ayuda de un titiritero adulto) y el participante de tres años de edad acumulan los pequeños cubos. Luego, el equipo niña/títere recibe premios, uno por cada moneda que recolectaron.

Es entonces cuando el niño debe decidir cómo compartir su premio con su socio, el títere.

Este simple juego reveló que, a la edad de tres años, los niños escogen premiar a sus pares de acuerdo al mérito.

Los niños le dieron a los títeres más premios si se habían “esforzado más” en recolectar monedas.”

“”Lo único que podemos hacer es descartar posibilidades con nuestros experimentos”, explica. “Podemos descartar que requiere de educación formal o un razonamiento sofisticado sobre incentivos”.

“(La justicia) es algo que emerge en las más tempranas actividades de los niños con sus pares”, señala su colega, Kanngiesser, y asegura que “hay una predisposición natural en los humanos” a tratar a los otros justamente.

“Parece ser intuitivo”, dice la experta. “Hay gente que ha observado que incluso a los 18 meses de edad, los niños tienen expectativas respecto a cómo se deben compartir las cosas de una manera justa”.

Y hay razones lógicas y humanas para que exista una tendencia hacia la equidad, dado que es indispensable para mantener relaciones estables, señala la especialista en conducta social en primates Susanne Shultz, de la Universidad de Manchester, Inglaterra.”

Sin embargo, esa equidad inicial es algo que en muchos casos se va perdiendo, y ello se hace notar, por ejemplo, en racismo, sexismo, especismo y otras muchas discriminaciones prejuiciosamente injustas. Como es sabido, hay movimientos que se esfuerzan en revertir muchos de esos problemas que afectan a las mujeres o al género femenino: el feminismo.

Aunque ha habido grandes avances en la igualdad de derechos en estos aspectos, todavía en los hechos existen enormes desigualdades en la mayoría de los países. Estas desigualdades han sido y son promovidas e impuestas por prejuicios de muchos hombres directamente, y también de manera indirecta a través de su influencia sobre las mujeres, inculcándoles sus prejuicios e imbuyéndoles el temor al rechazo de la sociedad si llegaran a actuar liberadas de tales injustas limitaciones.

Un reflejo de ello es que en el Urban Dictionary la definición más aceptada de la palabra “slut” (“puta”, en español) es “a woman with the morals of a man” (en español: una mujer con la moral de un hombre), en referencia irónica al hecho de que cultural y socialmente todavía se acostumbra considerar y calificar de manera denigrativa a cualquier mujer que osa comportarse con la misma libertad que un hombre en el campo moral.

http://www.urbandictionary.com/define.php?term=slut

Si bien es cierto que ese error sociocultural constituye una carga coercitiva contra ese derecho de las mujeres, no es justificable que las mujeres continúen subordinando sus acciones al qué dirá la gente muy atrasada cada vez surge la ocasión de conducirse con los mismos derechos y responsabilidades que un hombre liberal, porque una justificación como esa sólo serviría para perpetuar ese mismo estado de atraso sociocultural. Los hombres más progresistas suelen hacer todo lo que está a su alcance para promover y contrarrestar esa desigualdad; pero las mujeres también tienen la responsabilidad de hacer su parte en esa empresa, si se quiere vivir, en cualquier aspecto, una vida mejor.

Por ello, para cualquier persona que ha alcanzado en este aspecto un tercer nivel de progreso, normalmente es inadmisible la desigualdad que implican hechos tan comunes, incluso en los países más avanzados, como el de que las mujeres asuman una actitud relativamente pasiva en sus relaciones con los hombres. Todavía en este aspecto el progreso es tan magro en general, que lo normal es que en la etapa inicial de las relaciones con personas del sexo puesto y con pretensiones de llegar a algo más que amistad, las mujeres se limiten a sólo tratar de incitar, mediante coquetería, a los hombres a que tomen la iniciativa en casi cada paso que se da en ese acercamiento.

La resistencia de muchas mujeres a asumir un papel parejamente activo en ello, deduciblemente en parte por temor a que se les juzgue como disolutas, llega a ser tal, que en muchos casos llegan a realizar un número tan elevado de variadas formas de coquetería, es decir, de acciones orientadas a incitar —en quien pretenden— dicha actitud más activa, y a través de un tiempo tan largo, que el resultado llega en muchos casos, además de a ser por completo infructuoso, a implicar esfuerzos y pérdidas de tiempo mucho más costosas que lo que inicialmente hubiera costado el atreverse a actuar de manera igualitaria en esas relaciones. Esta es una de esas múltiples formas que hay en que una actitud cobarde, tiene consecuencias mucho más costosas que lo que inicialmente estaba tratándose de evitar.

Hay muchas mujeres que en su temeroso y pesimista afán de evitarse la humillación que supuestamente implicaría un revés o un desaire al asumir una actitud igualitariamente activa, realizan una serie tan larga y tan inútil de acciones de cobarde coquetería, que terminan en condiciones mucho más humillantes para sí mismas y otras personas que lo humillantes que para ellas mismas hubiera sido el atreverse a actuar con igualdad sin que las cosas salieran como se deseaba. Sin embargo, a los ojos de cualquier persona que ha alcanzado el tercer nivel de progreso, el atreverse a actuar con la justa igualdad y no lograr lo pretendido no es en realidad nunca humillante en modo alguno, sino incluso algo admirable, y más aún si quien realiza el intento es una mujer, tomando en cuenta que contra la libertad de ellas se ejerce una presión social mayor que contra la del hombre.

Ante un hombre que ha alcanzado un tercer nivel de progreso en sus relaciones de pareja con el sexo opuesto, es casi seguro que una mujer que actúa sin equidad en los detalles obtendrá sólo indiferencia, y que otra que sí muestra esa equidad producirá en él una admiración e incluso amor y deseo tan elevados, que las probabilidades de un buen desenlace serán muy altas o, si en otros aspectos hay también intensa atracción, ese buen éxito será seguro. Por otra parte, las mujeres que proceden de ese modo justamente audaz son tan escasas, incluso en los países más desarrollados, que suelen cuando menos dejar una huella imborrable en la vida de los hombres que, por haber alcanzado dicho nivel de progreso, valoran en muy alto grado esa justa igualdad en las relaciones.

“Whoever is careless with the truth in small matters cannot be trusted with important matters.”
Albert Einstein

(En español: Para asuntos importantes, no puede confiarse en quien es descuidado/a con la verdad en los detalles.)

Concretamente, por ejemplo, cuando menos en las relaciones de pareja o que incluyen pretensiones de llegarlo a ser posiblemente, ninguna mujer debe esperar, escudándose en el hecho de que es mujer, que un hombre que ha alcanzado un tercer nivel de progreso, la busque más de una vez sin que ella lo haya buscado a él también de forma equivalente; porque cualquier mujer que es así, a efectos de considerarla —siquiera lejanamente— como una posible pareja, por lo general no tiene ninguna importancia especial para cualquier hombre de ese grado de progreso, por más elevados que sean el número y/o la magnitud de las virtudes y cualesquiera otras bondades de las que ella se considere —incluso realistamente— poseedora.

(Por supuesto, lo anterior de ningún modo significa que el hecho de que cualquier mujer que por educación o por cualquier otra razón corresponde con igualdad a cualquier tipo de requerimiento de un hombre, debe ser interpretado como que ella está deseando tener con él una relación que vaya más allá de la simple amistad, o de los negocios, o de cualquier otra índole ajena completamente a una relación de pareja.)

Aunque ese trato igualitario en cualquier caso es indispensable para el progreso, su necesidad es aún mayor en cualesquiera otras circunstancias en que puede haber alguna duda respecto a lo que sucede o, más específicamente, en cuanto a las condiciones en las que un mayor acercamiento está tratando de realizarse; como, por ejemplo, puede hacer inequívocas alusiones que no lo son suficientemente, o puede automáticamente aclarar que lo que puede parecer una simulación de verdadera relación con otra persona, es en realidad una sincera relación que en su apariencia se asemeja a una simulación solamente por involuntario resultado, por ejemplo, de que la persona en cuestión ha tratado de mostrarse no muy cerca de su pareja con el propósito de dejar entrever a la persona pretendida su disponibilidad a acercarse más a ella en ese aspecto.